sábado, 30 de agosto de 2014

EL ORIGEN DE LA CRUZ DEL DIABLO EN EL PAREJE DE LAS ANGUSTIAS DE CUENCA


El origen de la Cruz de las Angustias
 (También llamada Cruz del Diablo, cruz de las Angustias y Cruz de los Descalzos)

¿Por qué se levantó esa cruz en el atrio del convento de los Carmelitas?


Todos conocemos la célebre leyenda de la cruz, pero ¿Cuál fue su origen? ¿Por qué se ubicó ahí?
Son preguntas que desde niño me he ido haciendo y que mi abuelo Sabido me lo desveló y les hago partícipes de ello. Esa cruz que ha sido ultrajada en varias ocasiones como fue en 1936, la última hace pocos años. El 18 de febrero de 2010, el alcalde de Cuenca, Francisco Javier Pulido, con la presencia del obispo D. José María Yanguas inauguraban la nueva cruz restaurada, tras ser destrozada en un acto vandálico en 2004, conservando la “mano” y la base original que data del siglo XVIII. El lugar donde se enclava la cruz es propiedad de la familia Guardia a la cual agradezco la conservación del histórico lugar. Nos hacemos preguntas como: ¿Hace mal a alguien? ¿Por qué ese vandalismo con nuestra historia?
 

El día uno de noviembre es  la festividad de todos los Santos y el día dos de los Difuntos. Pues acercándose esas fechas y coincidiendo que era primer viernes de mes y siendo fiesta subí a casa de mis abuelos para acompañarlos a las Angustias. La bajada es empinada para las personas de cierta edad, pero la subida se hace aún más dificultosa así que mi abuelo con su garrota, con cabeza de perro, y mi abuela Florencia cogida de mi brazo, fuimos bajando escalón por escalón hasta culminar el arco labrado en la misma roca que da paso al paraje de la Ermita de la Virgen de las Angustias. Al llegar a la altura de la cruz de los Descalzos mi abuela dijo ¿Le has contado a Josemari la historia de la cruz? Si claro, pero no le he contado porqué esta esa cruz ahí. Primero hagamos la visita a la Virgen y luego con tranquilidad y sentados se la cuento.

Así fue, pasamos a la ermita, subimos a besar el manto y a la salida nos sentamos, después de refrescarnos con el agua de la fuente del lugar, comenzando mi abuelo el relato:

Cada contienda castrense que se organizaba a nivel nacional nos repercutió en Cuenca de igual manera. Una de las más sensibles fue la que hubo con motivo de la “Guerra de Sucesión”, entre el archiduque Carlos de Austria y el nieto del Rey Sol, Felipe V. En agosto de 1706 se presentaban ante las puertas de Cuenca cinco mil ingleses, mandados por el general Hugo, que luchaba a favor del Archiduque. Cuenca desde que se hizo público el testamento de Carlos II, se había mantenido firme en la causa de los Borbones pese a los rumores, más o menos fundados, del crédito que había de darse a un testamento que se tildaba de apócrifo o cuando menos de ilegal por las condiciones en que el rey hechizado lo había suscrito.

Con la aproximación de las tropas la alarma fue general. Se distribuyeron patrullas en los adarves y cubos de las murallas que rodaban la ciudad, especialmente en las calles de los Tintes y Retiro. Se reforzaron las guardias de las puertas y avanzadas. Estas se establecieron en las ermitas que rodeaban Cuenca. Comenzó la lucha librándose las primeras escaramuzas en los campos hoy ocupados por la Plaza de Toros, Casa Blanca y de más terrenos inmediatos a la ermita de Santa Ana, Virgen que gozaba en aquellos tiempos de singular devoción y de cuyo nombre la tomó el arroyo que riega los jardines impropiamente llamados “El Vivero”. Los conquenses se vieron forzados a la retirada. La ermita fue destruida por los ingleses. Siendo imposible resultado definitivo, con sólo el ataque troncal, las fuerzas inglesas se extendieron por todo el cinturón de la muralla. Sus ocho piezas de artillería lanzaban constantemente granadas, provocando incendios en dos conventos de los muchos que había en la ciudad.

El episodio más sangriento ocurría en los alrededores de la ermita de San Bartolomé; pequeño templo que alzaba sus paredes en la cuesta de las Angustias: “precisamente donde se juntan las dos sendas que a la misma conducen. Es decir, donde estamos ahora mismo, si bajáramos hacia el Recreo Peral, descubriríamos que todavía se pueden comprobar vestigios de su existencia”.


Cuenca no tenía guarnición militar pero la bravura de su resistencia hizo pensar  erróneamente a Hugo, el general inglés, que contentaba con fuerzas regulares. Diez hombre mal armados y sin más conocimientos castrenses que el dictado de su corazón español, defendían la citada ermita de San Bartolomé. El fragor de la lucha prendió fuego en el artesonado del humilde templo, corriendo las llamas a los alteres y enseres de materia combustible. Siendo irrespirable el ambiente por la densidad del humo tomaron los defensores una resolución heroica: buscando una muerte más viril que la de perecer asfixiados entre cuatro paredes.

Nuestro protagonista, el improvisado jefe de la minúscula guarnición, ordenó una desesperada salida. Sin vacilar atacaron sus hombres con el mayor brío. La refriega resultó tan sangrienta que se apagó la última vida con el último chispazo de arcabuz.

Unas doscientas varas más arriba del heroico escenario, se levantaban el convento de frailes franciscanos (posteriormente Carmelitas descalzos) quienes percatados de las descargas corrieron al templo. Congregados al pie del altar rogaban a Dios por la bienaventuranza de los que morían.

El silencio que siguió a la pequeña batalla anunciaba el triunfo de la muerte. Pausados, con las cogullas sobre las cabezas, salieron los monjes a cumplir la santa obligación de enterrar a los muertos. Entre las agostadas hierbas del caluroso mes de San Lorenzo descubrieron casi oculto en su espesura, el cuerpo del joven intrépido que tan valientemente acaudillara al reducido grupo de héroes. El aliento de la agonía aquejaba su lozana naturaleza. Percatado Fray Francisco de San Buenaventura, Guardián del convento, lo llevó inmediatamente a la clausura, prestándole los cuidados que la cuenca doméstica aconsejaba: las heridas lavadas con vinagre, las manos sumergidas en agua fría y cuando hubo recobrado el conocimiento se le reanimó con una taza de sabroso caldo.

Cuando el herido revivió su conciencia dijo: “Mi gratitud sea para vos, padre; más presiento que tantos desvelos por salvarme no han de ser provechosos. Mi vida se escapa”. Espera confiado la voluntad de Dios – dijo el buen fraile -  y no hables: “te conviene el mayor sosiego para recibir el Sacramento de la Penitencia, porque ante una posible contingencia bueno es que te presentes a Dios limpio de alma. Yo te interrogaré -  responde a mis preguntas con una seña afirmativa o negativa…”

Al terminar subió presuroso la cuesta, camino de la Calle de San Pedro, entrando en cierta casa de noble aspecto. Una dama, discreta pero ricamente vestida, salió a poco tras el confesor. Bajaron con grande prisa. En llegando a la puerta del convento el religioso ordenó a la joven, que daba muestras de pesar, no trasponer el umbral, porque su condición femenina no se le permitía. En el dintel de la casa conventual apareció a poco el herido tendido en las tablas de un camastro franciscano.

La palidez mortal del galán y las señales externas de la tragedia que se avecinaba, conmovió tanto a la visitante, que no pudiendo decir palabra dio expresión manifiesta de su sentimiento con un sollozo tan compungido, que hasta el mismo moribundo se creyó obligado a infundir ánimos.

Los frailes que le habían traído y el Padre Guardián se retiraron a prudente distancia, dejando en el centro del atrio a la joven pareja. Los ayes (lamentos) y miradas decían más que las palabras. Prometidos de matrimonio, estaban próximos a la realización de sus anhelos, cuando sobrevino la fratricida lucha.

La vida del enamorado se iba  perdiendo con la debilidad expresiva de su rostro. Cuando ya perecía inminente, sacó una bolsa de punto que contenía gran cantidad de monedas de oro y poniéndola en manos de su amada dijo: “Ahí tienes la ilusión de mi regalo de boda”. Ella tomó el presente, anegada en una turbación de sentimiento tan grande, quedando muda de emoción pasándole inadvertida el momento de la expiración…

Sosegada la dama le dijo al padre Lorenzo: “Este dinero debe invertirse de forma que signifique goce para ambos, padre”. Proponiendo el padre la construcción de una Vía Sacra, cuya última cruz se alce en este lugar, donde por última vez os acarició el amor terreno. Magnífica me parece la idea y os encomiendo que se haga sin demora.

Cumpliendo los deseos de la dama, el buen fraile encargó a los artífices de Arcos de la Cantera la Cruz, que durante doscientos cuarenta años ha dado al paraje de las Angustias el ambiente místico.

Dice el protocolo histórico del Convento que estando ya erigida la Cruz, sólo a falta de bendición solemne, murió repentinamente el padre, cuando se hallaba acompañando al Sr. Obispo en visita pastoral.

Y después de la narración sin decir palabra comenzamos el ascenso hacia la Plaza Mayor, hicimos un descanso en el camino porque la escalinata se lo merecía. Hablando mi abuela Florencia, te la has aprendido bien, si abuela, no se me olvidará. Pues recuerda que la cruz es y será siempre un símbolo de amor y no de tortura.

Cuenca, 31 de agosto de 2014

 José María Rodríguez González. Profesor e Investigador Histórico

lunes, 18 de agosto de 2014

Cuenca en llamas (Segunda parte)





Relato de los incendios más importantes que ha sufrido la ciudad de Cuenca

567 años de la primera ordenanza para la extinción de incendios en Cuenca

Como lo dicho es deuda, el miércoles día 30 de agosto subí de nuevo a ver a mis abuelos, temprano con la fresca, con la intención de que siguiera explicándome las peleas de D. Diego Hurtado de Mendoza con el Obispo Lope de Barrientos.
Plaza del Trabuco (Cuenca)

Cuando llegué al nº 23 de la Calle Alfonso VIII eran las nueve de la mañana. Estaban desayunando y me uní a ellos. ¿Cómo subes tan pronto? Es para que me cuentes las peleas de Don Diego con el Obispo Barrientos. Bien, Josemari por el interés, haremos lo del otro día, nos subiremos al Castillo para ubicar la contienda ¡Eso abuelo!, contesté.

Ya sentados en el murillo de la Plaza del Trabuco, con la garrota me señalaba las líneas imaginarias hasta donde llegaba el castillo, indicándome que el castillo poseía seis puertas y tres portillo. En la parte izquierda de la Plaza del Trabuco y adosado a una pared aparece parte del arco que constituía una puerta de acceso a la mencionada plaza y donde se realizó la contienda. Seguidamente comenzó el relato.

El origen de estas algaradas a que tan aficionados fueron los nobles durante los largos períodos de tiempo en que el trono de Castilla estuvo ocupado por monarcas débiles, no cesaron hasta que los Reyes Católicos lograron la unidad nacional, ejerciendo su hegemonía sobre todos los súbditos, señores y vasallos.


Estas contiendas hay que ubicarlas entre las condiciones pactadas en 1446 para la reconciliación del rey con el príncipe D. Enrique, soliviantado por los nobles, entre ellos D. Juan Pacheco, marqués de Villena y Señor de Belmonte, para impedir el valimiento (1*) de D. Álvaro de Luna y que llegaron a extremo de presentar batalla padre e hijo. Entre otras cosas se estipuló en dichas condiciones, que se diera el maestrazgo de Calatrava a D. Pedro Girón, hermano de Pacheco, con satisfacción en rentas al que había sido elegido para el cargo y el de Santiago siguiera en poder de D. Álvaro de Luna, satisfaciendo también a D. Rodrigo Manrique por el derecho que tenía a él. Es decir abuelo que aquí todo el mundo quería sacar tajá de la sartén, más o menos Josemari.

Pues mira, con todo este reparto parecía que las cosas estaban arregladas, pero Manrique fue llamado por el rey de Aragón, que pretendía ampliar sus estados a costa de los de Castilla y al que además de hacerle un ofrecimiento en metálico, consiguió que el Papa prometiera hacerle Maestre de Santiago, para embestir de nuevo contra D. Álvaro de Luna. Enterado de la trama Lope Barrientos, solicitó al Rey que enviara a Cuenca soldados a su mando, ante el temor de que Diego Hurtado de Mendoza, que era suegro de D. Rodrigo Manrique, se alzase con ella por su yerno o por el príncipe, a la vez que se enviaban tropas a otros lugares ocupados por D. Rodrigo para rescatarlos. Valla lio Abuelo se montó, todos querían la plaza de Cuenca, algo así Josemari.


Pues bien, El Obispo, por orden del Rey, comunicó a Hurtado de Mendoza que abandonara la ciudad, llegando a fijarse como fecha límite el día de Santiago, en cuya víspera el guarda del castillo, D. Juan Hurtado, hizo entrar en él una fuerza de 400 hombres. Por su parte el Obispo se había preparado poniendo barreras y guardas entre el castillo y la población.

El día de Santiago, estando diciendo misa, le llego un emisario comunicándole que los partidarios de D. Rodrigo habían comenzado la escaramuza y habían pegado fuego a la puerta de la ciudad, que entonces se llamaba del Mercado, corriéndose el fuego a las casas  inmediatas. Se abrieron treguas a instancias de D. Lope, a fin de llegar a un acuerdo, las que aprovechó D. Diego para aumentar sus pertrechos y reforzar su guarnición y sin haber expirado el plazo ni atender a la carta en que el Rey le ordenaba salir de Cuenca, comenzó la pelea contra las tropas del Obispo que hubieron de pegar fuego a la casa de D. Diego, trasladándose el fuego a las casas contiguas llegando a quemarse más de cincuenta. Esto  obligó a Hurtado de Mendoza a pedir seguro para su salida de Cuenca, lo que hizo con su familia, marchando a su villa de Cañete, pero dejando en el Castillo una pequeña guarnición que junto con refuerzos luego enviados, mantuvieron más de un año el desasosiego en Cuenca, hasta que el Rey indujo al Obispo a que celebrara un acuerdo por el que abandonó D. Diego el castillo de Cuenca, a cambio de hacerle merced del lugar de Cañada del Hoyo “en que hay fortaleza antigua e ochenta o noventa vasallos: e así entregó el castillo de Cuenca al Rey”, dice la crónica de Juan II.

Así Cuenca se vió libre de las  revueltas, no sin haber pagado un gran precio por los incendios ocasionados. A ver abuelo, estos se marcharon de aquí porque se les dio una plaza mejor como fue Cañada del Hoyo, pues claro Josemarí. Todo esto fue fruto de la codicia que esconde en su interior la deslealtad, la traición deliberada, siempre en el propio beneficio personal. Los engaños o la manipulación de la autoridad son todas acciones inspiradas por la avaricia y de esto los ricos saben mucho, pero no creas que es sólo patrimonio de los ricos, a veces lo que tienen acceso a la riqueza, sin ser propia, son peores que los señores. Así es abuelo. Pues Josemaría, vámonos para casa que va torrando la calva este sol de canícula.

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(1*) El Valido fue una figura política (el valimiento) propia del Antiguo Régimen en la Monarquía Hispánica, que alcanzó su plenitud bajo los llamados Austrias menores en el siglo XVII. No puede considerarse como una institución, ya que en ningún momento se trató de un cargo oficial, puesto que únicamente servía al rey mientras éste tenía confianza en la persona escogida.

 
José María Rodríguez González. Profesor e Investigador Histórico
 

 

jueves, 7 de agosto de 2014

Cuenca en llamas (Primera parte)


Relato de los incendios más importantes que ha sufrido la ciudad de Cuenca


567 años de la primera ordenanza para la extinción de incendios en Cuenca


Era verano, mes de agosto en Cuenca, habíamos madrugado porque mi hermana pequeña no dejaba de llorar por lo que decidieron mis padres llevarla a Don Félix La Muela para que les dijera que le sucedía. A mí se me indicó que subiera a casa de los abuelos y que me quedara allí a comer con ellos, el resto de mis hermanos se fueron a sus respectivos trabajos porque éramos cinco hermanos. Cuando llegué a casa de mis abuelos, en la calle Alfonso VIII, nº 23, me dijo mi abuela que cogiera el botijo y renovara el agua, yendo a la fuente de la calle Zapaterías. Cuando regresé, la cocina estaba en llamas, con la intención de hacerme picatostes  había puesto una sartén con aceite al fuego, olvidándose de ella. Mi abuelo echó un paño humedecido con el agua del botijo sobre ella y se apago de inmediato.

Posteriormente desayunamos los tres juntos y me pregunta mi abuelo: ¿Josemari qué día es hoy? 9 de agosto abuelo. Pues tal día como hoy en 1447 el Concejo de Cuenca redactaba las primeras ordenanzas para la extinción de incendios, acordando también enviar una copia al Rey, que por entonces reinaba en España, Juan II. ¿Lo dices por lo de la sartén ardiendo? Esto no es nada con lo que sucedió entonces. ¿Me lo vas a contar? Pues claro, termina el desayuno y nos vamos a recorrer la calle de San Pedro.

Salimos de casa enfilando la Plaza Mayor hacia la cuesta de la calle de San Pedro. Sentándonos en
el murillo de la plaza del Trabuco, comenzando su relato. En los primeros días de agosto de 1447 se entabló una gran pelea por estos lugares entre las gentes partidarias de Diego Hurtado de Mendoza y las acaudilladas por el Obispo Lope de Barrientos, éste en nombre del Monarca. Entre los muchos conflictos que se sucedían entre ellos, resultó un incendio catastrófico ya que ardieron más de cincuenta y cinco casas, entre ellas la de Diego Hurtado y la del Ayuntamiento. Este suceso dió ocasión para que el Concejo redactara las Ordenanzas que te he comentado anteriormente. (Después de escucharle no podía entender que un Obispo peleara contra un Señor). Le dije a mi abuelo, no entiendo esto de que se peleen entre ellos. Josemarí otro día te hablo de las algaradas del guarda del castillo, que era D. Juan Hurtado de Mendoza y el Obispo Lope de Barrientos y como se incendiaron las casas de la parte alta de la ciudad ¡Vale, pero sin tardar que luego se olvida de contármelo!


Mira Josemári, no terminaron aquí los incendios en Cuenca. Fue a raíz de lo ocurrido en la Torre del Ángel de la Catedral, en mayo de 1509 lo que hizo al Concejo que en junio de este mismo año, llegara al acuerdo de formular nueva petición de recursos para realizar las obras de la traída del agua a la ciudad argumentándolo con la gran cantidad de incendios que se producían. Poco eficiente fue la petición ya que en marzo de 1649, el nuevo Concejo promovió nuevas prevenciones, alegando que en 16 años habían consumido los incendios la tercera parte de las casas de la ciudad. ¡Pues casi todo lo que hay ahora tuvo que construirse de nuevo!, dije yo asombrado. Así es, apuntilló mi abuelo.

Bajamos por la calle de Julián Romero y cuando llegamos a la altura del Colegio de San José, señalando con la garrota me dice: “Esa es la Torre del Ángel”, la única que queda actualmente, y aquí en este vano estuvo la Torre del Giraldo, ¿La torre del Giraldo? Si Josemari, era la torre de las campanas y del reloj  y tuvo muchos incendios por rayos, que a través de los años la hicieron desaparecer. ¿Qué fue de ella? Sentémonos enfrente de la fachada de la Catedral, que en esos años estaba cubierta de andamiajes, y te cuento algunos de los incendios de los muchos que se han producido por la caída de rayos sobre la más bella torre que ha tenido nuestra Catedral. Si abuelo sentémonos.


Pues bien, escucha y apunta en la libreta que te regalé, sí así lo hago. El 20 de mayo de 1674 hubo uno que quemando los cabezales de las campanas, originó la caída de éstas sobre la bóveda que se rompía y trasladaba el incendio al interior de la Catedral, costando 13 días el extinguir el fuego, destrozó el magnífico órgano construido en 1629. Además de los desperfectos que produjo en la fábrica hacia la capilla de San Antolín. Otro de los incendios muy violento fue el de 1837, durante una tempestad en la noche; esta vez ardieron escaleras, pisos y campanas. Cuantos la vieron aseguraron que fue un incendio imponente y aterrador ver a tal altura las llamas saliendo por todos los huecos calados, volteándose al impulso del viento las mismas campanas. Nada de extraño tiene que en 1902 se vinera abajo. Hay dos hipótesis que explican el hundimiento: una que contribuyó a la calcinación más o menos profunda de sus paredes, producida por los fuegos, abriéndose los arcos por las altas temperaturas soportadas y una segunda que cayera por la falta de solidez en la zona inferior ocasionada por las humedades. De una forma u otra nos quedamos sin campanario y seguimos sin él. ¡A ver si cuando seas mayor puedes ver de nuevo el Giraldo en su sitio! Eso espero abuelo, hare lo que esté en mi mano para que se pueda devolver el esplendor a nuestra Catedral

¡Abuelo, tu sabes mucho sobre la Catedral! Pues claro, como carpintero que fui en ella sé muchos de los secretos que encierra y te los contaré todos, poco a poco, pero tú apunta lo que te digo que algún día podrás hacer uso de ellos. Sí abuelo así lo hago.

¿Hubo más incendios en Cuenca?  Le pregunté. Te voy a relatar el último y nos vamos a comer a casa que se hace algo tarde, si abuelo. Este último es de mi época, también fue aparatoso, se produjo en unas casas particulares, frente a la iglesia del Salvador, hará unos 30 años, para apagarlo los vecinos subieron el carrillo de las mangas por la fuerte pendiente del Convento de las Benitas.

En el convento de las Petras, éste que tenemos aquí a la izquierda, realicé varios trabajos de carpintería, ¡me obligaban a llevar sonando una campanilla, como soy hombre y las monjas no podían verme, así que cuando sonaba la campanilla se escondían! Pues, a lo que iba. El 6 de abril de 1940 se inició el fuego en la casa del número 7 de la calle de San Pedro llegando al convento, costó dos días apagarlo, interviniendo los vecinos en su extinción. Mira hay que poner de manifiesto que los conquenses siempre hemos sido gente de ayudar, los vecinos no hemos regateado nunca a la hora de apoyar el hombro y de prestar auxilio ante estas situaciones, eso tenlo siempre presente y te corresponderá a ti seguir prestando ayuda a quien te la solicite. Y…  ¡Ala vamos! que se hace tarde para comer y así otro día más de la mano de mi abuelo bajamos saludando a la gente que nos encontrábamos a nuestro paso. ¡Adiós Sabino!         

Cuenca, 7 de agosto de 2014

José María Rodríguez González. Profesor e Investigador Histórico

sábado, 2 de agosto de 2014

La peste en Cuenca y la Virgen de las Nieves


Orígenes, advocación y tradición en Cuenca

El retablo de la Virgen de las Nieves de nuestra Catedral está situado al principio de la nave Norte antes de entrar al crucero, es de estilo barroco, realizado en el año 1717 por Francisco Pérez y Fernando Martínez.

Retablo de la Virgen de las Nieves
Muchas cosas he de agradecer a mi abuelo Sabino, y una es el despertar en mí el interés por la Catedral y el descubrirme puntualmente sus secretos. En cierta ocasión me regaló una libreta donde me hacía apuntar las cosas que me decía, comentándome con frecuencia que “es de hijo bien nacido conocer su pasado, su historia y no avergonzarse nunca de su procedencia”.

Era un domingo del mes de agosto con un sol de justicia, ¿qué mejor sitio donde estar, que en el  interior de la Catedral? Ese domingo me dijo que como era la  festividad de la Virgen de las Nieves (5 de agosto) me contaría su historia. Después de misa nos sentamos en un banco situado enfrente del retablo, habían puesto también reclinatorio por motivo de la festividad.

Comenzó a relatarme que esta advocación mariana se inicia por el siglo IV, naciendo en Italia y se extendió por España, Portugal y la llevamos a Latinoamérica.


 Virgen de las Nieves
Su origen procede de la época del Papa Liberio (año 352-366). Existe una historia de un matrimonio rico de la nobleza patricia de Roma. Este matrimonio no había tenido hijos y viendo que sus vidas se agotaban quisieron invertir su fortuna en practicar la caridad con los necesitados. Devotos que eran de la Virgen María solicitaron su ayuda y una noche tuvieron un sueño o una visión en la que les decía que allí donde se les señalara se construyera un templo en su honor. La mañana del 5 de agosto de año 358 al abrir la ventana de su habitación vieron sorprendidos que el monte Esquilino de Roma estaba nevado, ellos lo interpretaron como un hecho extraordinario y por ello la señal esperada. Puestos en contacto con el Papa Liberio se construyó el templo bajo la advocación de la Virgen de las Nieves. La iglesia desapareció mucho tiempo después de la muerte de este matrimonio. Fue el Papa Sixto III en el año 434 mandó construir en ese mismo lugar lo que hoy conocemos como la Basílica de Santa María la Mayor.

Texto izquierdo
Yo muy sorprendido me dirijo a mi abuelo y le digo: ¿abuelo y eso que tiene que ver con este retablo? bien Josemari, este es el segundo retablo que se hizo en honor a la Virgen de las Nieves, ¿puedes leer la inscripción que aún tiene, qué dice? Y comencé a leer lo que se podía porque está bastante deteriorado el texto: “Reinando los reyes Católicos Fernando y Isabel en año 1492 esta ciudad, peste… Santísima Nuestra Señora  de las Nieves su remedio… ¡caya, caya te lo explico! Este altar se edificó en la
Texto central
catedral con motivo de haberse padecido en Cuenca una peste muy grande y debido  a María Santísima, Señora de las Nieves remedió de inmediato el mal que acosaba a sus habitantes por lo que se juro guardar un día festivo al año, coincidiendo con su festividad, erigiéndose este altar en conmemoración de los hechos.

Texto izquierdo
Según se cuenta el lunes 13 de agosto de 1492 se formalizaron las condiciones a que había de sujetarse la obra del altar que se edificaría en la catedral. Se le encargó a Hegas Gutiérrez, residente en Yepes, determinándose que debería de llevar una Virgen con Niño, con un manto de azul fino con ángeles, con el Papa y Cardenales a un lado y los Reyes al otro. La corona de Nuestra Señora sería de oro y la corona debería ir guarnecida de piedras y perlas de colores. Después de esto no aparece ninguna referencia hasta que en la sesión de 10 de abril y más tarde en la de 22 de agosto de 1716 aparece en actas los acuerdos y condiciones y otorgamiento de la obra para su realización a Juan Francisco de León, Maestro de dorados, vecino de Cuenca, que empezaría por “aparejar dicha obra con sus manos de yeso grueso y yeso mate y conforme arte para que el oro salga con buen lustre” haciendo “toda la talla y moldura de oro limpio bien bruñido y resonado” con “los lisos y campos… de diferentes jaspes bien bruñidos y barnizados”. Además “la imagen de Nuestra Señora se ha de dorar y estofar y cabeza y manos se han de encarnar a pulimento”.
Imagen de la Virgen de las Nieves

A pesar de la buena voluntad de los maestros, no se pudo inaugurar el día de la Virgen (5 de agosto) y hubo de retrasarse hasta el 4 de septiembre, celebrándose con luminarias la noche precedente; colocada primeramente la imagen en la Capilla del Sagrario, se hizo procesión con ella, llevándose al altar Mayor.
En cumplimiento del ofrecimiento hecho en 1492, se celebra anualmente, ante este altar, una misa el día de Nuestra Señora de las Nieves, con asistencia de una representación del Ayuntamiento. A este respecto y no hace muchos años, se produjo una anécdota:


Escudo de armas del benefactor

Se cuenta que un año en que sin duda por olvido, no acudió la representación municipal a la celebración eclesiástica y hubo de empezar la misa sin su asistencia. Al no ser ocupados los sitios reservados a las autoridades, un vecino allí presente, pasó al sillón de la primera autoridad y aun hizo que por otros “circunstantes” (asistentes) ocuparan los demás asientos en los que permanecieron durante la ceremonia; terminada ésta y por algún alto funcionario, les fueron pedidas explicaciones con requerimiento de que manifestaran quiénes eran ellos para invadir el lugar del Ayuntamiento, no encontrando qué responder cuando le contestó alguno de los presentes que toda vez que los representantes del pueblo no cumplían con el “voto” (petición) de la Ciudad , eran los propios vecinos los que tenían que hacerlo.
Escudo de Cuenca

Tienes toda la razón abuelo, y ambos de la mano salimos de la Catedral habiendo aprendido la lección del día.

 José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico

Cuenca, 5 agosto de 2014